Los incendios forestales: una reflexión serena

Los incendios forestales: una reflexión serena

29July 2005

publishedby www.abc.es


… Hay que favorecer al máximo la presencia de ganados en las fincas de monte. No es un tema menor. El ganado productivo o cinegético ejerce una influencia extraordinariamente positiva en el monte: come hierba, elimina maleza…

EXISTE una rara solidaridad afectiva entre aquellos que hemos sido responsables de la lucha contra el fuego. Quizá sea por lo aterrador del fenómeno cuando hay vidas humanas en juego y por la magnitud de la tragedia ecológica. Vengo desde hace años escribiendo en estas páginas sobre los fuegos forestales («El desierto no arde», 3.8.91; «Los fuegos se apagan en invierno» 31.7.94; y «Del bosque ardiente y silencioso», 28.9.04) tratando de aportar una reflexión serena sobre la cuestión, dado que algo más hay que hacer, siempre, pues además del daño ecológico, cada hectárea quemada libera toneladas de carbono fijo que pasa a ser emitido y por tanto carga contra Kyoto.

Los fuegos forestales no se parecen a los urbanos. Aquí es fácil prever lo que nos encontraremos: muebles, gas, instalaciones eléctricas, etc. En el monte cada fuego es un caso. Su solución depende de la orografía, de la fuerza y orientación del viento, de la cantidad de barrancos, pozas, hoyas, que nos encontremos, del tipo de vegetación y de su densidad, etc. Por eso un fuego forestal es imposible de prever en su evolución y es tan peligroso incluso para los hombres del campo que conocen su tierra.

Esto nos lleva a que a un fuego forestal no se le puede dar tregua. Hay que atacarlo de inmediato, controlarlo pronto, cercarlo en horas y en unas decenas de hectáreas y allí rematarlo. Porque una vez desbordado, cuando alcanza un frente de dos o más kilómetros se convierte en ingobernable. De ahí que la primera conclusión es que hay que avisar rápido del fuego (redes de alerta y observatorios) y llegar rápido, muy rápido.

Pero ¿llegar… cómo? Con todos los efectivos. Todos, incluidas las Fuerzas Armadas. Desde el inicio. No se debe graduar. No se pueden mandar pocos hombres o escaso material al fuego porque este «parece» pequeño, ya que en unas horas ese fuego es una enorme masa ígnea que corre a veces a más de 100 km/hora. En esta fase la importancia de enviar medios aéreos abundantes es crucial. Hay lugares adonde los retenes no pueden llegar o no deben acudir. Entrar en esas zonas es de alto riego. Por eso los aviones y helicópteros deben estar en primera línea y desde el primer momento.

A estos efectos, no puede haber barreras administrativas que el fuego, la fauna y la vegetación ignoran. Cuando una comunidad tiene un fuego, todos los medios disponibles, los de todas las CC.AA. y los del Estado, deben actuar con toda la fuerza posible. Y hay que normalizar la lucha. No pueden existir, por ejemplo, «tomas de agua» de camiones diferentes entre CC.AA. de tal modo que no pueden cargar los de una comunidad en la otra (hay precedentes). Por eso me parece muy acertado el que la nueva Comisión Interministerial de Coordinación se constituya como centro logístico y, a ser posible, como mando único en determinados incendios dada su gravedad. La Constitución avala tal interpretación coordinadora.

Y hay que «apagar los fuegos en invierno». Sabemos que es difícil, pero es lo único posible. Hablamos, pues, de «selvicultura preventiva». ¿Qué hacer? Se me ocurre todo lo que sigue… y hay más. Por lo pronto, aprovechar el otoño e invierno para enviar a los jefes de lucha contra el fuego a formarse en los lugares del mundo donde tales técnicas de combate están más avanzadas (por ejemplo EE.UU.) y disponen de más medios. De su formación depende el control futuro.

Deben igualmente formarse los jóvenes que en verano se incorporarán a los retenes, llenos de motivación, al menos durante un mes previo de «prácticas» en la lucha contra el fuego. Lo contrario es lanzarlos a un riesgo fatal. Hay que contratarlos con tiempo para formarlos con más holgura. Sólo así son eficaces y estarán a salvo de contingencias fatales.

Y, naturalmente, hay que reforzar los equipos materiales de extinción: más aviones y helicópteros, sobre todo de la Administración central, para que puedan estar disponibles allí donde se precisen. Y más balsas en las fincas forestales o agrícolas colindantes para que los helicópteros puedan cargar cerca de las zonas de fuego. Y más camiones, etc.

Deberían impulsarse los programas de ayudas a los propietarios de monte para que realicen selvicultura preventiva, cortafuegos, pistas forestales, fajas auxiliares, balsas para helicópteros y camiones cisternas, etc. Y además desbroces de matorral, podas de arbolado y aclareos. La administración medioambiental debe facilitar a los propietarios su aclareo, permitiendo que, una vez realizada la saca de madera, los restos, leñas medias, etc, puedan quedar en el monte, aunque eso sí, debidamente tratadas con productos ignífugos y retardantes de la combustión. Esta es una cuestión a regular con carácter nacional y urgente. En caso contrario la corta y el aclareo no son nunca rentables y por tanto resultan impracticables.

En este contexto hay que superar viejos conceptos e ir a la creación de modernos cortafuegos mediante plantaciones de cultivos leñosos (viñedo, olivar, almendros, etc.), incluso barreras de golf, en las franjas, pues nada protege más que en un cortafuego la actividad garantice la presencia constante de agricultores entre sus lindes.

Es imprescindible, además, multiplicar las ayudas que las CC.AA. otorgan hoy, mediante programas cofinanciados con la UE, a los propietarios forestales para las actividades de prevención antes descritas. Hoy son mínimas comparadas con las necesidades. Al ritmo actual nunca acabarán de estar los montes debidamente protegidos. Para ello hay que instar, exigir, a la Comisión Europea un Plan Urgente y Específico de Ayudas, potente y bien dotado, si no queremos eternizarnos en la lucha y en los fuegos.

Y hay que favorecer al máximo la presencia de ganados en las fincas de monte. No es un tema menor. El ganado productivo o cinegético ejerce una influencia extraordinariamente positiva en el monte: come hierba, elimina maleza, humedece las hojas y el suelo, etc. Debe ser incentivada, subvencionada su presencia, incluso propiciando los cerramientos, tales como los que hoy se practican en fincas de ganadería brava, pero también en fincas cerradas con destino cinegético cuya capacidad de generación de rentas (turismo rural, mano de obra, especialistas, etc.) tan bien conoce Castilla-La Mancha.

Y me parece excelente que se haya prohibido la circulación de vehículos todo-terreno, 4×4, motocicletas, etc., por los senderos o caminos entre el monte. La mitad de las propiedades forestales son de titularidad privada. No son de uso público. Tan sólo los tractores y los vehículos de la propiedad precisos para la actividad agro-forestal deben ser autorizados. Y especialmente debe estar prohibida cualquier forma de fuego, y en España en toda época, no sólo en verano, si se trata de bosques de pinos.

Y finalmente, hay que incluir entre los afectados de un incendio -si no se ha hecho ya- a los propietarios forestales -los grandes olvidados- cuyo monte ha ardido. Porque sobre una propiedad privada unos imprudentes -en el mejor de los casos- encienden una barbacoa, pero son aquellos los que ven cómo desaparece su capital, sí, su capital, su arbolado y su fauna, a veces cinegética, y cómo con ello pierden una fuente de ingresos, a veces de todos sus ingresos. Que por tratarse de un incendio forestal nunca se recuperará en una generación. ¿Quién les compensa?

Y apunto una reflexión última. Si el que contamina paga, si el que emite emisiones contaminantes compra derechos, ¿no tendrían toda la legitimidad del mundo los propietarios de bosques a cobrar una prima comunitaria -pagada por la UE o por los contaminantes- por limpiar la atmósfera, por producir oxígeno y absorber, «tragarse», la contaminación contribuyendo a Kyoto? El año pasado escribía: «Esta es una buena ocasión para que la UE-25, toda, se una en una política ignífuga activa y coherente con Kyoto y con el desarrollo rural». Vale la pena que todos pensemos sobreello.


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